sábado, 13 de junio de 2020

EL PERRO DE SHAMANKA


Era la mejor época del año, el verano había llegado y con él la recogida de los frutos que tanto les gustaban a todos, a lo mejor porque solo llegaban cuando el hielo y la nieve se habían retirado o porque duraban muy poco tiempo, el caso es que en cuanto aparecían, todos se afanaban en recogerlos. Cada uno llevaba una bolsa de cuero para almacenarlos y aunque tenían el compromiso de no comerlos, alguno se perdía entre los dientes antes de llegar a la bolsa. Los arándanos y las grosellas eran los que ella prefería, pero también tenía que recoger, si tenía suerte, la raíz de oro[1] que la chamana administraba y que se utilizaba para aumentar la vitalidad y las defensas del sistema inmunitario, refuerzo tan necesario  en aquellas latitudes donde el invierno era crudo y largo.

Precisamente ella estaba cavando para sacar una de las raíces cuando escuchó un ruido, algo se movía entre los arbustos emitiendo un sonido lastimero. Siguió la dirección del ruido y encontró a un pequeño cachorro que, en principio, no supo si era de perro o de lobo. En el poblado había algunos ejemplares que eran realmente útiles en muchas tareas pero ninguno era como aquél. Tenía el pelaje blanco y las patas oscuras y cuando la miró con ojos acuosos y tristes, uno azul y otro marrón, se produjo un sentimiento irresistible. Lo tomó en sus brazos y lo acarició suavemente, él se frotó contra su pecho hundiendo el hocico en él y así quedó sellada esa unión para siempre.

El perro se convirtió en su inseparable compañero, era muy hábil en la caza, levantaba a los glotones, urogallos y liebres y olfateaba a los venados, alces, corzos y renos que habitaban en los bosques cercanos. Solo se quedaba quieto en la orilla cuando ella iba a pescar, el agua era su peor enemigo, sobre todo en invierno cuando el gran lago[2] a cuyas orillas vivían se helaba y había que practicar un agujero en el hielo para pescar algún esturión, algún rutilo o alguno de los diferentes salmónidos que allí nadaban. También se quedaba en la orilla de los ríos mientras ella, con ayuda de anzuelos de hueso, pescaba percas o lucios, pero solo tenía aversión al agua y no a lo que en ella habitaba porque los peces le encantaban y ella siempre reservaba alguno para darle. Le fabricó una especie de alforjas para que llevara parte de la carga y cuando iban a buscar leña, él llevaba los troncos más pesados sobre el lomo. Además de un buen compañero, se convirtió en un excelente ayudante.
Yurta

Por la noche se acostaba a su lado, dándole calor y al menor ruido, se despertaba y permanecía atento hasta comprobar que nada pasaba. Ella creyó morir de pena cuando en una jornada de caza, les salió al encuentro una osa que sintió amenazada a su cría, se puso a dos patas y emitió un rugido aterrador, el perro se abalanzó sin dudarlo y recibió un zarpazo que lo lanzó a varios metros y lo dejó malherido. Ella olvidó a la osa y corrió hacia su perro, lo tomó en brazos y salió corriendo hacia el poblado. La osa los dejó marchar al ver que la presunta amenaza había desaparecido. Durante días lo mantuvo dentro de la yurta[3] curándole las heridas y dándole de comer en su mano hasta que se recuperó.

Tambor chamánico
A veces salían simplemente a pasear y ella le contaba historias de su pueblo que él parecía entender o eso le parecía a ella por la manera que tenía de mirarla cuando la escuchaba. Le explicaba también el paisaje que tenían ante sus ojos y el porqué de algunas cosas. Desde la orilla se podían ver las dos grandes rocas gemelas de la isla más grande del lago[4], eran blancas y estaban parcialmente cubiertas de líquenes rojos, entonces le decía que en la isla habitaban los espíritus del lago que solo podían ser interpelados por la shamana dentro de una cueva que se abría en la roca más cercana a la costa. Nadie podía acceder a la isla salvo ella misma ni por supuesto a la roca, que recibía el nombre de Shamanka[5]. Todas las shamanas se enterraban en un lugar diferente al resto de la población, en un bosque de pinos en el que nadie podía cazar porque todos los animales que allí vivían pertenecían a sus espíritus.

También en el bosque y en los ríos habitaban espíritus propios de cada sitio y todos sabían cómo respetarlos y procurar su favor cuando iban a cazar, pescar o recolectar, haciéndoles pequeñas ofrendas. La shamana se encargaba de instruirlos desde que eran pequeños y les enseñaba cómo disculparse si por alguna causa, eran molestados.
Shamanka

En primavera y en otoño llovía mucho y el viento soplaba fuerte pero cuando escampaba, era el momento de recoger las setas que el bosque proporcionaba. Las había de muchas clases y no todas eran comestibles, algunas de ellas solo las usaba la shamana y el que las encontraba se consideraba afortunado, porque podría llevárselas como un presente. Ella le había enseñado a no comerlas así que cuando las veía, él daba un par de suaves ladridos para llamar su atención y señalarle dónde había alguna.

Durante el largo invierno cuando las heladas eran severas y la atmósfera se llenaba con una niebla densa que  hacía invisible hasta el cielo, era el momento de quedarse dentro de la yurta con el fuego ardiendo en el centro, para calentarse tapados con las mantas de piel de oso. Pero cuando levantaba, todos salían a cazar principalmente focas[6], cuya grasa era muy apreciada para hacer lámparas así como su carne y su piel. Las cazaban a distancia, con lanzas de punta de hueso y él solo esperaba a que ella recogiera la pieza y la preparara para ayudarle a cargar con ella.

Solo había una ocasión en la que él no pudiera estar presente, era durante la celebración de las ceremonias chamánicas que se hacían exclusivamente para los humanos y los espíritus. En ellas la shamana y varios participantes tocaban tambores de madera y piel de manera repetitiva hasta que la shamana entraba en trance y se comunicaba con su animal totémico, entonces emitía el sonido del animal que era su espíritu guía, convocándolo para que la ayudara a traspasar el estado de conciencia cotidiano para adentrarse en otro superior.
Reconstrucción del hallazgo

Así fue transcurriendo la vida de ambos hasta que un día el perro terminó su camino en la tierra. Con profundo dolor ella lo llevó hasta el cementerio donde se enterraba a los miembros del grupo y cavó una fosa lo bastante profunda para que ningún animal lo desenterrara y lo comiera. Le colocó al lado la cuchara de madera de largo mango con la que le había dado de beber cuando estuvo herido y no podía moverse por sí mismo y unas raciones de lo que comía habitualmente, carne de foca, pescado, venado y glotón, para que pudiera alimentarse hasta encontrar el camino al más allá.

Con la vista nublada por las lágrimas, lo cubrió con la tierra y 7.000 años después un equipo de arqueólogos lo encontró en el cementerio Shamanka cerca del lago Baikal en la Siberia rusa.
El perro


[1] Rodiola rosea. Considerado el ginseng siberiano
[2] Lago Baikal
[3] Cabaña desmontable de estructura de madera y cubierta de pieles
[4] Oljón
[5] Femenino de Shamán
[6] Foca sibirica o foca de Baikal

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