Era la mejor época del año, el
verano había llegado y con él la recogida de los frutos que tanto les gustaban
a todos, a lo mejor porque solo llegaban cuando el hielo y la nieve se habían
retirado o porque duraban muy poco tiempo, el caso es que en cuanto aparecían,
todos se afanaban en recogerlos. Cada uno llevaba una bolsa de cuero para
almacenarlos y aunque tenían el compromiso de no comerlos, alguno se perdía
entre los dientes antes de llegar a la bolsa. Los arándanos y las grosellas
eran los que ella prefería, pero también tenía que recoger, si tenía suerte, la
raíz de oro[1]
que la chamana administraba y que se utilizaba para aumentar la vitalidad y las
defensas del sistema inmunitario, refuerzo tan necesario en aquellas latitudes donde el invierno era crudo
y largo.
Precisamente ella estaba cavando
para sacar una de las raíces cuando escuchó un ruido, algo se movía entre los
arbustos emitiendo un sonido lastimero. Siguió la dirección del ruido y
encontró a un pequeño cachorro que, en principio, no supo si era de perro o de
lobo. En el poblado había algunos ejemplares que eran realmente útiles en
muchas tareas pero ninguno era como aquél. Tenía el pelaje blanco y las patas
oscuras y cuando la miró con ojos acuosos y tristes, uno azul y otro marrón, se
produjo un sentimiento irresistible. Lo tomó en sus brazos y lo acarició
suavemente, él se frotó contra su pecho hundiendo el hocico en él y así quedó
sellada esa unión para siempre.
El perro se convirtió en su
inseparable compañero, era muy hábil en la caza, levantaba a los glotones,
urogallos y liebres y olfateaba a los venados, alces, corzos y renos que
habitaban en los bosques cercanos. Solo se quedaba quieto en la orilla cuando
ella iba a pescar, el agua era su peor enemigo, sobre todo en invierno cuando el
gran lago[2]
a cuyas orillas vivían se helaba y había que practicar un agujero en el hielo
para pescar algún esturión, algún rutilo o alguno de los diferentes salmónidos
que allí nadaban. También se quedaba en la orilla de los ríos mientras ella,
con ayuda de anzuelos de hueso, pescaba percas o lucios, pero solo tenía
aversión al agua y no a lo que en ella habitaba porque los peces le encantaban
y ella siempre reservaba alguno para darle. Le fabricó una especie de alforjas
para que llevara parte de la carga y cuando iban a buscar leña, él llevaba los
troncos más pesados sobre el lomo. Además de un buen compañero, se convirtió en
un excelente ayudante.
Yurta |
Por la noche se acostaba a su
lado, dándole calor y al menor ruido, se despertaba y permanecía atento hasta
comprobar que nada pasaba. Ella creyó morir de pena cuando en una jornada de
caza, les salió al encuentro una osa que sintió amenazada a su cría, se puso a
dos patas y emitió un rugido aterrador, el perro se abalanzó sin dudarlo y
recibió un zarpazo que lo lanzó a varios metros y lo dejó malherido. Ella
olvidó a la osa y corrió hacia su perro, lo tomó en brazos y salió corriendo
hacia el poblado. La osa los dejó marchar al ver que la presunta amenaza había
desaparecido. Durante días lo mantuvo dentro de la yurta[3]
curándole las heridas y dándole de comer en su mano hasta que se recuperó.
Tambor chamánico |
A veces salían simplemente a
pasear y ella le contaba historias de su pueblo que él parecía entender o eso
le parecía a ella por la manera que tenía de mirarla cuando la escuchaba. Le
explicaba también el paisaje que tenían ante sus ojos y el porqué de algunas
cosas. Desde la orilla se podían ver las dos grandes rocas gemelas de la isla
más grande del lago[4],
eran blancas y estaban parcialmente cubiertas de líquenes rojos, entonces le
decía que en la isla habitaban los espíritus del lago que solo podían ser
interpelados por la shamana dentro de una cueva que se abría en la roca más
cercana a la costa. Nadie podía acceder a la isla salvo ella misma ni por
supuesto a la roca, que recibía el nombre de Shamanka[5].
Todas las shamanas se enterraban en un lugar diferente al resto de la
población, en un bosque de pinos en el que nadie podía cazar porque todos los
animales que allí vivían pertenecían a sus espíritus.
También en el bosque y en los
ríos habitaban espíritus propios de cada sitio y todos sabían cómo respetarlos
y procurar su favor cuando iban a cazar, pescar o recolectar, haciéndoles
pequeñas ofrendas. La shamana se encargaba de instruirlos desde que eran
pequeños y les enseñaba cómo disculparse si por alguna causa, eran molestados.
Shamanka |
En primavera y en otoño llovía
mucho y el viento soplaba fuerte pero cuando escampaba, era el momento de
recoger las setas que el bosque proporcionaba. Las había de muchas clases y no
todas eran comestibles, algunas de ellas solo las usaba la shamana y el que las
encontraba se consideraba afortunado, porque podría llevárselas como un
presente. Ella le había enseñado a no comerlas así que cuando las veía, él daba
un par de suaves ladridos para llamar su atención y señalarle dónde había
alguna.
Durante el largo invierno cuando
las heladas eran severas y la atmósfera se llenaba con una niebla densa
que hacía invisible hasta el cielo, era
el momento de quedarse dentro de la yurta con el fuego ardiendo en el centro,
para calentarse tapados con las mantas de piel de oso. Pero cuando levantaba,
todos salían a cazar principalmente focas[6],
cuya grasa era muy apreciada para hacer lámparas así como su carne y su piel.
Las cazaban a distancia, con lanzas de punta de hueso y él solo esperaba a que
ella recogiera la pieza y la preparara para ayudarle a cargar con ella.
Solo había una ocasión en la que
él no pudiera estar presente, era durante la celebración de las ceremonias
chamánicas que se hacían exclusivamente para los humanos y los espíritus. En
ellas la shamana y varios participantes tocaban tambores de madera y piel de
manera repetitiva hasta que la shamana entraba en trance y se comunicaba con su
animal totémico, entonces emitía el sonido del animal que era su espíritu guía,
convocándolo para que la ayudara a traspasar el estado de conciencia cotidiano
para adentrarse en otro superior.
Reconstrucción del hallazgo |
Así fue transcurriendo la vida de
ambos hasta que un día el perro terminó su camino en la tierra. Con profundo
dolor ella lo llevó hasta el cementerio donde se enterraba a los miembros del
grupo y cavó una fosa lo bastante profunda para que ningún animal lo
desenterrara y lo comiera. Le colocó al lado la cuchara de madera de largo
mango con la que le había dado de beber cuando estuvo herido y no podía moverse
por sí mismo y unas raciones de lo que comía habitualmente, carne de foca,
pescado, venado y glotón, para que pudiera alimentarse hasta encontrar el
camino al más allá.
Con la vista nublada por las
lágrimas, lo cubrió con la tierra y 7.000 años después un equipo de arqueólogos
lo encontró en el cementerio Shamanka cerca del lago Baikal en la Siberia rusa.
El perro |
[1]
Rodiola rosea. Considerado el ginseng siberiano
[2]
Lago Baikal
[3]
Cabaña desmontable de estructura de madera y cubierta de pieles
[4]
Oljón
[5]
Femenino de Shamán
[6]
Foca sibirica o foca de Baikal
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