La niña era muy pequeña, apenas
cinco años, cuando los hombres regresaron del enfrentamiento que habían
mantenido con otro poblado por el control de las zonas de pesca. Trajeron
consigo al jefe rival atado fuertemente con cuerdas y lo tuvieron amarrado a un
poste durante los días que tardaron en preparar el ritual.
Ella era muy curiosa y en su
corta vida nunca había presenciado nada igual, así que miraba todo con ojos
llenos de asombro. Observó cómo, en el día prefijado, prepararon una gran
hoguera junto al poste donde estaba atado el prisionero y cómo le dieron
muerte. A continuación despiezaron el cuerpo, lo colocaron sobre las brasas y
después de asarlo, los hombres que habían ido a la lucha, lo comieron entre
cantos rituales y algunos gritos de júbilo por la victoria conseguida, asimismo partieron sus huesos para comer la médula, el sitio donde residía la fuerza vital. De vez
en cuando se pasaban un recipiente de madera que contenía cerveza hecha a base
de arándanos, trigo y miel.
Anzuelo de hueso |
La niña preguntó por qué se
comían a una persona y le respondieron que al capturar a un guerrero valiente o
a un jefe rival, había que consumir su carne para apoderarse de esa valentía y
hacerse ellos más fuertes. También era necesario para infundir al otro grupo un
poco de miedo que les hiciera respetar
los derechos adquiridos por su tribu desde mucho tiempo atrás.
El suyo era un pueblo que obtenía
sus principales recursos del mar, a cuya orilla vivían. Tenían pequeñas
embarcaciones hechas en un tronco de árbol vaciado y remos para impulsarse. Otros
grupos vivían en las pequeñas islas que se diseminaban por aquella costa y a
veces, como cuando alguna ballena se aproximaba a sus lugares de pesca,
colaboraban entre todos para capturarla. Además de la carne, era muy apreciada
su grasa con la que llenaban las lámparas de arcilla.
También cazaban delfines[1],
focas[2]
y orcas y, por supuesto, muchos peces que capturaban en la misma orilla con cercas
hechas con postes de avellano y finas ramas de sauce trenzadas que, al bajar la
marea, los dejaban atrapados y listos
para ser recogidos a mano. Los peces más grandes los cazaban desde las barcas con
lanzas rematadas con una fila de dientes de piedra incrustados; lucios,
bacalaos, anguilas, tiburones sardineros y muchos otros les servían de
alimento.
Cuchillos de sílex |
Ella, como los demás niños,
ayudaba a recolectar moluscos en la orilla del mar, pero lo que más le gustaba
era dar de comer a los animales que habían aprendido a domesticar. Se pasaba el
tiempo mirando como comían los cerdos mientras recordaba la historia de cómo
habían pasado de jabalíes a cerdos que, aunque eran bastante fieros y había que
mantenerse a una cierta distancia de ellos, eran mucho más dóciles y a veces
hasta cariñosos.
Unas gentes venidas del sur
habían sorprendido a sus ancestros al verlos llegar hasta su poblado con un grupo
de animales, ovejas, vacas, cabras y, por supuesto, cerdos. Junto a ellos venía
un grupo de perros que les obedecía y ayudaba a controlar el ganado, pero esto
no les sorprendió, ellos también tenían perros que les acompañaban en sus
partidas de caza y les avisaban cuando alguien ajeno al poblado se aproximaba.
El jefe y los ancianos les
permitieron quedarse en unas tierras un poco alejadas de las que ellos
habitaban y a cambio ellos les enseñaron el arte de la domesticación y se comprometieron
a dejar la caza de ciervos, corzos y jabalíes a sus anfitriones, ellos tenían
su propia carne. Con el tiempo llegaron a tener sus propios rebaños pero no
dejaron de cazar.
Trampa para peces |
La niña también salía con las
mujeres y los otros niños a recoger todo lo que la tierra les proporcionaba
generosamente. Las bellotas que servían tanto para dar de comer a los cerdos
como para hacer unas gachas que, aunque no eran tan ricas como las que se
hacían con la grama[3]
que eran dulces, tampoco estaban mal. A ella le encantaba la raíz de la
remolacha que le dejaba los dedos teñidos de rojo. Pero sus preferidas eran las
frambuesas, las moras y las fresas, había que aprovecharlas bien porque
enseguida se acababan y hasta el año siguiente no volvían.
Con el tiempo la niña aprendió a
hilar las fibras que obtenían de la planta de la ortiga[4]
para hacer la ropa que llevaban sobre todo en verano y que a menudo teñían de
azul con la planta del añil[5]
que crecía en los prados. La ropa de invierno la confeccionaban con pieles bien
curtidas que cosían con agujas hechas de hueso. Castores, ardillas , turones ,
tejones , zorros y linces se las
proporcionaban.
La curiosidad que sentía por todo
desde que nació, le hizo también aprender a hacer las jarras y las ollas que utilizaban
en las ceremonias importantes y las que usaban para cocinar. Al principio le
pareció muy divertido hacer rollitos de arcilla que se iban colocando sobre una
base, unos encima de otros siguiendo la forma que iba a tener la pieza, pero
una vez que aprendió la técnica, su interés se diluyó. No iba a ser ceramista
toda su vida, decidió.
Vasija de cerámica |
Y efectivamente no lo fue, porque
al alcanzar la edad requerida fue la elegida para unirse al nuevo jefe del
poblado. Un hombre joven y fuerte que había demostrado su valía en más de una
ocasión, dirimiendo conflictos entre ellos y también con los poblados vecinos.
Construyeron su cabaña de madera
bien ensamblada, con la puerta, como todas las demás, mirando al mar. Había
quien pensaba que se hacía así para poder mirar la gran masa de agua salpicada
de pequeñas islas, nada más despertar, pero para muchos significaba saber si el
día iba a ser bueno para pescar o, por el contrario, una tormenta o una fuerte
marejada les iban a impedir salir. No necesitaban que fuera muy grande porque
solo les servía para dormir y como almacén. En el exterior se hacía una fogata
para cocinar y agruparse en torno a ella al caer la tarde para escuchar las
historias que los más viejos contaban.
El tiempo pasó, ella ya tenía 17
años y seguía sin tener hijos, se preguntaba si alguna maldición desconocida
que le impidiera tenerlos la habría marcado, no quería creerlo pero a veces
sucedía que algunas mujeres murieran de viejas sin haber parido nunca y eso
solo a los dioses se le podía atribuir. Pero este no iba a ser su caso, por fin
quedó embarazada y se sintió llena de dicha, una nueva vida salida de ella misma
se iba a unir al poblado.
Enterramiento de Vedbaek |
Llegó el día del parto, que fue
lento y muy doloroso. La criatura no parecía dispuesta a nacer. Dos días duró y
cuando al fin el parto se produjo, el niño, pues era un varón, nació muerto. La
sangre no dejaba de manar del cuerpo de la mujer y no hubo nada que se pudiera
hacer. Al final murió junto a su hijo recién parido.
Todo el poblado participó en las
ceremonias, no en vano eran la mujer y el hijo del jefe. Les trasladaron al
vecino lugar donde enterraban a sus muertos y cavaron una tumba que acogería a
ambos. A ella la vistieron con un traje decorado con filas de cuentas de concha
de caracol y una gran cantidad de adornos; un collar hecho de dientes de jabalí
y cerca de 200 jabalíes y ciervos rodeándola. Su largo cabello rubio se
extendía sobre un paño decorado como el vestido, que hacía de almohada.
Su rostro y su pelvis fueron
cubiertos con una buena cantidad de ocre rojo y a su lado extendieron el ala de
un cisne sobre la que colocaron amorosamente a la criatura que nunca llegó a
ver la luz. Le enterraron con un cuchillo de sílex, igual al que hubiera
llevado si hubiera llegado a la edad adulta y junto a un recipiente de madera
lleno de ocre rojo con el que espolvorearon su pequeño cuerpo.
El cisne capaz de caminar sobre
la tierra, nadar en el agua y volar en el aire, es experto en moverse en mundos
muy diferentes, esto unido a su peculiar belleza, le hizo ser elegido el
mensajero de los dioses. Así lo pensaban las poblaciones sami del siglo XIX.
La mujer y su hijo fueron
enterrados en Vedbaek, en la costa de Dinamarca, hace unos 6000 años.
Recreación del enterramiento |
[1]
Delfines de pico blanco y de nariz de botella
[2]
Anillada, arpa y gris
[3]
Glyceria fluitans
[4]
Urtica dioica
[5]
Isatis tinctoria
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