domingo, 7 de junio de 2020

EL ALA DE CISNE


La niña era muy pequeña, apenas cinco años, cuando los hombres regresaron del enfrentamiento que habían mantenido con otro poblado por el control de las zonas de pesca. Trajeron consigo al jefe rival atado fuertemente con cuerdas y lo tuvieron amarrado a un poste durante los días que tardaron en preparar el ritual.

Ella era muy curiosa y en su corta vida nunca había presenciado nada igual, así que miraba todo con ojos llenos de asombro. Observó cómo, en el día prefijado, prepararon una gran hoguera junto al poste donde estaba atado el prisionero y cómo le dieron muerte. A continuación despiezaron el cuerpo, lo colocaron sobre las brasas y después de asarlo, los hombres que habían ido a la lucha, lo comieron entre cantos rituales y algunos gritos de júbilo por la victoria conseguida, asimismo partieron sus huesos para comer la médula, el sitio donde residía la fuerza vital. De vez en cuando se pasaban un recipiente de madera que contenía cerveza hecha a base de arándanos, trigo y miel.

Anzuelo de hueso
La niña preguntó por qué se comían a una persona y le respondieron que al capturar a un guerrero valiente o a un jefe rival, había que consumir su carne para apoderarse de esa valentía y hacerse ellos más fuertes. También era necesario para infundir al otro grupo un poco  de miedo que les hiciera respetar los derechos adquiridos por su tribu desde mucho tiempo atrás.

El suyo era un pueblo que obtenía sus principales recursos del mar, a cuya orilla vivían. Tenían pequeñas embarcaciones hechas en un tronco de árbol vaciado y remos para impulsarse. Otros grupos vivían en las pequeñas islas que se diseminaban por aquella costa y a veces, como cuando alguna ballena se aproximaba a sus lugares de pesca, colaboraban entre todos para capturarla. Además de la carne, era muy apreciada su grasa con la que llenaban las lámparas de arcilla.

También cazaban delfines[1], focas[2] y orcas y, por supuesto, muchos peces que capturaban en la misma orilla con cercas hechas con postes de avellano y finas ramas de sauce trenzadas que, al bajar la marea, los dejaban atrapados  y listos para ser recogidos a mano. Los peces más grandes los cazaban desde las barcas con lanzas rematadas con una fila de dientes de piedra incrustados; lucios, bacalaos, anguilas, tiburones sardineros y muchos otros les servían de alimento.
Cuchillos de sílex

Ella, como los demás niños, ayudaba a recolectar moluscos en la orilla del mar, pero lo que más le gustaba era dar de comer a los animales que habían aprendido a domesticar. Se pasaba el tiempo mirando como comían los cerdos mientras recordaba la historia de cómo habían pasado de jabalíes a cerdos que, aunque eran bastante fieros y había que mantenerse a una cierta distancia de ellos, eran mucho más dóciles y a veces hasta cariñosos.

Unas gentes venidas del sur habían sorprendido a sus ancestros al verlos llegar hasta su poblado con un grupo de animales, ovejas, vacas, cabras y, por supuesto, cerdos. Junto a ellos venía un grupo de perros que les obedecía y ayudaba a controlar el ganado, pero esto no les sorprendió, ellos también tenían perros que les acompañaban en sus partidas de caza y les avisaban cuando alguien ajeno al poblado se aproximaba.

El jefe y los ancianos les permitieron quedarse en unas tierras un poco alejadas de las que ellos habitaban y a cambio ellos les enseñaron el arte de la domesticación y se comprometieron a dejar la caza de ciervos, corzos y jabalíes a sus anfitriones, ellos tenían su propia carne. Con el tiempo llegaron a tener sus propios rebaños pero no dejaron de cazar.
Trampa para peces

La niña también salía con las mujeres y los otros niños a recoger todo lo que la tierra les proporcionaba generosamente. Las bellotas que servían tanto para dar de comer a los cerdos como para hacer unas gachas que, aunque no eran tan ricas como las que se hacían con la grama[3] que eran dulces, tampoco estaban mal. A ella le encantaba la raíz de la remolacha que le dejaba los dedos teñidos de rojo. Pero sus preferidas eran las frambuesas, las moras y las fresas, había que aprovecharlas bien porque enseguida se acababan y hasta el año siguiente no volvían.

Con el tiempo la niña aprendió a hilar las fibras que obtenían de la planta de la ortiga[4] para hacer la ropa que llevaban sobre todo en verano y que a menudo teñían de azul con la planta del añil[5] que crecía en los prados. La ropa de invierno la confeccionaban con pieles bien curtidas que cosían con agujas hechas de hueso. Castores, ardillas , turones , tejones , zorros  y linces se las proporcionaban.

La curiosidad que sentía por todo desde que nació, le hizo también aprender a hacer las jarras y las ollas que utilizaban en las ceremonias importantes y las que usaban para cocinar. Al principio le pareció muy divertido hacer rollitos de arcilla que se iban colocando sobre una base, unos encima de otros siguiendo la forma que iba a tener la pieza, pero una vez que aprendió la técnica, su interés se diluyó. No iba a ser ceramista toda su vida, decidió.
Vasija de cerámica


Y efectivamente no lo fue, porque al alcanzar la edad requerida fue la elegida para unirse al nuevo jefe del poblado. Un hombre joven y fuerte que había demostrado su valía en más de una ocasión, dirimiendo conflictos entre ellos y también con los poblados vecinos.

Construyeron su cabaña de madera bien ensamblada, con la puerta, como todas las demás, mirando al mar. Había quien pensaba que se hacía así para poder mirar la gran masa de agua salpicada de pequeñas islas, nada más despertar, pero para muchos significaba saber si el día iba a ser bueno para pescar o, por el contrario, una tormenta o una fuerte marejada les iban a impedir salir. No necesitaban que fuera muy grande porque solo les servía para dormir y como almacén. En el exterior se hacía una fogata para cocinar y agruparse en torno a ella al caer la tarde para escuchar las historias que los más viejos contaban.

El tiempo pasó, ella ya tenía 17 años y seguía sin tener hijos, se preguntaba si alguna maldición desconocida que le impidiera tenerlos la habría marcado, no quería creerlo pero a veces sucedía que algunas mujeres murieran de viejas sin haber parido nunca y eso solo a los dioses se le podía atribuir. Pero este no iba a ser su caso, por fin quedó embarazada y se sintió llena de dicha, una nueva vida salida de ella misma se iba a unir al poblado.
Enterramiento de Vedbaek


Llegó el día del parto, que fue lento y muy doloroso. La criatura no parecía dispuesta a nacer. Dos días duró y cuando al fin el parto se produjo, el niño, pues era un varón, nació muerto. La sangre no dejaba de manar del cuerpo de la mujer y no hubo nada que se pudiera hacer. Al final murió junto a su hijo recién parido.

Todo el poblado participó en las ceremonias, no en vano eran la mujer y el hijo del jefe. Les trasladaron al vecino lugar donde enterraban a sus muertos y cavaron una tumba que acogería a ambos. A ella la vistieron con un traje decorado con filas de cuentas de concha de caracol y una gran cantidad de adornos; un collar hecho de dientes de jabalí y cerca de 200 jabalíes y ciervos rodeándola. Su largo cabello rubio se extendía sobre un paño decorado como el vestido, que hacía de almohada.

Su rostro y su pelvis fueron cubiertos con una buena cantidad de ocre rojo y a su lado extendieron el ala de un cisne sobre la que colocaron amorosamente a la criatura que nunca llegó a ver la luz. Le enterraron con un cuchillo de sílex, igual al que hubiera llevado si hubiera llegado a la edad adulta y junto a un recipiente de madera lleno de ocre rojo con el que espolvorearon su pequeño cuerpo.

El cisne capaz de caminar sobre la tierra, nadar en el agua y volar en el aire, es experto en moverse en mundos muy diferentes, esto unido a su peculiar belleza, le hizo ser elegido el mensajero de los dioses. Así lo pensaban las poblaciones sami del siglo XIX.

La mujer y su hijo fueron enterrados en Vedbaek, en la costa de Dinamarca, hace unos 6000 años.

Recreación del enterramiento


[1] Delfines de pico blanco y de nariz de botella
[2] Anillada, arpa y gris
[3] Glyceria fluitans
[4] Urtica dioica
[5] Isatis tinctoria

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