jueves, 14 de mayo de 2020

LOS HERMANOS DISCAPACITADOS

La llegada del verano, después de tantos meses de frío intenso y nieve que lo cubría todo, era celebrada por todo el grupo con intensidad. Era la época de recolectar los frutos, bayas y raíces que ahora asomaban, las hierbas medicinales  y las setas que la chamana usaba para sus sesiones con la Diosa Madre de todas las cosas. Todos participaban en estas tareas que eran un motivo de regocijo. Y cuando el verano avanzaba y la despensa se había ido llenando era también el momento de celebrar uniones y festejarlas colectivamente.                                       
                                                  Los niños de Sungir. Reconstrucción de Visual Science
A ella le tocaba ese verano, ya había recibido el anuncio de la Diosa en forma de la sangre que le llegaba cada luna y estaba preparada y emocionada. Tendría su propia cabaña hecha con las pieles de los renos y los huesos de los mamuts que habían cazado durante el invierno y si no fueran suficientes irían al sitio donde iban a morir los más viejos; allí recogerían los huesos largos que sostendrían las pieles y también los pequeños con los que harían un suelo que después también cubrirían con pieles, dejando un espacio en el centro para el fuego donde cocinarían y que también les calentaría, ese fuego que alimentarían con huesos de mamut.

Aquel invierno ella se había entrenado en la caza, glotones, zorros árticos, ardillas, marmotas y algún lobo gris pero todavía no había empezado con los grandes animales como los bisontes, los renos y por supuesto los mamuts, los más difíciles no solo por su tamaño sino también por su inteligencia. Cuando adquiriera más fuerza y destreza podría acompañar a los hombres para ir aprendiendo sus estrategias.

Había elegido los dientes y las patas de los zorros más bonitos para hacer adornos que el día de su unión regalaría a su hombre. También había seleccionado las partes del marfil de mamut idóneas para hacer cuentas, que cosería a su traje de ceremonia y collares para él y para ella. Era una buena artesana y disfrutaba con ese trabajo que no todos eran capaces de hacer. A ella le había enseñado su madre y a ésta su abuela y así hasta perder la memoria de quién había empezado a hacerlo. También era hábil  tallando figuras de animales y bastones de marfil, que guardaba para las ceremonias que lo requerían.

Recreación de poblado

Y el día de su unión llegó sin que ella supiera hasta ese momento a quién habían elegido como su compañero. Esperaba que fuera el joven fuerte y atlético que había destacado en la caza durante el invierno, pero también podía ser ese otro de mirada dulce y por el que se sentía fuertemente atraída. Su sorpresa fue muy grande cuando le anunciaron que sería el líder del grupo que había quedado solo al morir su compañera en un accidente de caza. Era un hombre que a ella le pareció demasiado mayor pero no tenía más remedio que aceptarlo, era él quien la había elegido y eso suponía un gran honor.

Después de que la celebración concluyera, empezarían los preparativos para trasladar el campamento al emplazamiento del invierno siguiente, nunca pasaban dos inviernos seguidos en el mismo sitio. Los mamuts y muchos de los animales que servían de sustento al grupo, se trasladaban. Pero todos volverían al otro invierno porque el lugar era bueno, tenía agua no solo del río sino también de manantiales que se alimentaban del deshielo primaveral y que permitían que crecieran las plantas que tanto los animales  como ellos necesitaban para alimentarse.

En el siguiente invierno, las mujeres se prepararon para atenderla en el parto de su primer hijo, pero el nacimiento se retrasaba. Ya había superado con creces los diez meses lunares que duraban los embarazos y eso les preocupaba, el bebé sería demasiado grande para su cuerpo casi de niña. Por fin llegó el parto, doloroso y lento, muy lento, las mujeres se afanaban masajeando su vientre y preparando sahumerios con plantas que le ayudaban a respirar mejor, pero el bebé no salía por mucho que ella se esforzaba y así pasó un día entero hasta que por fin la criatura logró nacer.
Caballito y bastones

Enseguida vieron que no era un bebé normal, respiraba afanosamente y tenía un color lívido, no lloró como el resto de los recién nacidos, apenas un gañido sin fuerza, pero sobrevivió y su madre consiguió, no sin esfuerzo, que se pegara al pecho rebosante de leche.

El niño fue creciendo pero nunca fue capaz de caminar. Respiraba con un ruido sordo y no era capaz de articular sonidos, tampoco engordaba como los demás, pero ella lo cuidaba tiernamente, era su niño, su primer hijo.

En el invierno siguiente cuando supo que de nuevo estaba embarazada, sintió tanto miedo como alegría. No creía tener fuerzas para soportar otro parto como el anterior pero, se dijo que no tenía por qué ser así necesariamente, su cuerpo se había ensanchado y era más fuerte que entonces. Esta vez todo saldría bien.

Efectivamente el parto fue mucho más rápido pero cuando miraron a su hijo, vieron que tampoco este era un niño como los demás. Sus muslos eran muy cortos y estaban anormalmente arqueados, nunca podría caminar tan ligero y rápido como debía hacerse en los desplazamientos periódicos del grupo.

Al destetar a su hijo mayor descubrió que el niño no era capaz de masticar, no tenía fuerza en la mandíbula y a duras penas podía tragar gachas. La chamana reunió a los miembros del grupo y les confirmó lo que ya suponían, los niños que nacen con dificultades que les convierten en tullidos y los que nacen ya tullidos, son hijos de la Diosa Madre, sus hijos preferidos. Han sido elegidos por Ella y esa era su manera de distinguirlos del resto. Todos se afanarían en ayudarles a salir adelante.

Cuando el niño mayor creció, le construyeron unas parihuelas acolchadas con pieles de reno para llevarle en los traslados de campamento y todos se turnaban para hacerlo. También ayudaban al pequeño llevándolo a cuestas en los tramos más difíciles. Y así alcanzaron los 10 y 12 años respectivamente.
Cuentas de collar y colgantes

Y un día los pequeños amanecieron con mucha fiebre y el problema que el mayor tenía para respirar, se agudizó de tal manera que su madre temió por su vida. El padre fue a buscar a la chamana que le entregó unas hierbas para que tomaran en infusión y otras para hacer sahumerios. Pero no solo no mejoraron sino que el padre también enfermó de la misma manera y al cabo de unos días los tres murieron.

Todo el grupo se preparó para el entierro. Ella tuvo que confeccionar rápidamente las cuentas que le faltaban para adornar el traje ceremonial con el que iban a enterrar a los tres, los niños por ser hijos de la Diosa y él por ser el jefe del grupo. También recogió un caballo que su hijo menor estaba tallando en marfil pero que, como no tenía la destreza de su madre, no había alcanzado un buen resultado y lo mismo le pasaba a un disco que había intentado tallar.

Necesitó más de 13.000 cuentas que cosió a los trajes  y muchos colmillos de zorro que cosió a los gorros de ambos niños. Utilizó más de 250 dientes de zorro polar para adornar el cinturón de su hijo menor. Una vez vestidos, les colocó varios collares de cuentas de marfil y engarzó sus capas con placas, también de marfi,l con la  forma del mamut al que pertenecieron, asimismo les puso 20 brazaletes del mismo material.

Se cavó la tumba larga y estrecha y se les colocó cabeza contra cabeza para que se protegieran en su viaje al encuentro de la Diosa Madre y con las manos cruzadas a la altura de la cintura. Sus cuerpos fueron cubiertos con ocre rojo y dispusieron una lanza para cada uno y dos bastones de marfil para que se ayudaran en su caminar por esos senderos desconocidos. Sobre el pecho de cada uno colocaron los huesos del fémur de un hombre que había sido un buen corredor.


El padre fue enterrado en las proximidades de la tumba de los niños, con un traje que llevaba 3.000 cuentas de marfil, 12 colmillos de zorro perforados, 25 brazaletes también de marfil y un colgante de piedra. Su cuerpo fue cubierto asimismo de ocre rojo y sus brazos cruzados, al igual que los de sus hijos, a la altura de la cintura.

En total fueron utilizados 80.000 objetos diferentes y todo sucedió hace unos 29.000 años en Sungir, aproximadamente a unos 200 km al este de Moscú, en las afueras de Vladimir, cerca del río Klyazma.

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