Los niños de Sungir. Reconstrucción de Visual Science
Aquel invierno ella se había
entrenado en la caza, glotones, zorros árticos, ardillas, marmotas y algún lobo
gris pero todavía no había empezado con los grandes animales como los bisontes,
los renos y por supuesto los mamuts, los más difíciles no solo por su tamaño
sino también por su inteligencia. Cuando adquiriera más fuerza y destreza
podría acompañar a los hombres para ir aprendiendo sus estrategias.
Había elegido los dientes y las
patas de los zorros más bonitos para hacer adornos que el día de su unión
regalaría a su hombre. También había seleccionado las partes del marfil de
mamut idóneas para hacer cuentas, que cosería a su traje de ceremonia y
collares para él y para ella. Era una buena artesana y disfrutaba con ese
trabajo que no todos eran capaces de hacer. A ella le había enseñado su madre y
a ésta su abuela y así hasta perder la memoria de quién había empezado a
hacerlo. También era hábil tallando
figuras de animales y bastones de marfil, que guardaba para las ceremonias que
lo requerían.
Y el día de su unión llegó sin
que ella supiera hasta ese momento a quién habían elegido como su compañero.
Esperaba que fuera el joven fuerte y atlético que había destacado en la caza
durante el invierno, pero también podía ser ese otro de mirada dulce y por el
que se sentía fuertemente atraída. Su sorpresa fue muy grande cuando le
anunciaron que sería el líder del grupo que había quedado solo al morir su
compañera en un accidente de caza. Era un hombre que a ella le pareció
demasiado mayor pero no tenía más remedio que aceptarlo, era él quien la había
elegido y eso suponía un gran honor.
Después de que la celebración
concluyera, empezarían los preparativos para trasladar el campamento al
emplazamiento del invierno siguiente, nunca pasaban dos inviernos seguidos en
el mismo sitio. Los mamuts y muchos de los animales que servían de sustento al
grupo, se trasladaban. Pero todos volverían al otro invierno porque el lugar
era bueno, tenía agua no solo del río sino también de manantiales que se
alimentaban del deshielo primaveral y que permitían que crecieran las plantas
que tanto los animales como ellos necesitaban
para alimentarse.
En el siguiente invierno, las
mujeres se prepararon para atenderla en el parto de su primer hijo, pero el
nacimiento se retrasaba. Ya había superado con creces los diez meses lunares
que duraban los embarazos y eso les preocupaba, el bebé sería demasiado grande
para su cuerpo casi de niña. Por fin llegó el parto, doloroso y lento, muy
lento, las mujeres se afanaban masajeando su vientre y preparando sahumerios
con plantas que le ayudaban a respirar mejor, pero el bebé no salía por mucho
que ella se esforzaba y así pasó un día entero hasta que por fin la criatura
logró nacer.
Enseguida vieron que no era un
bebé normal, respiraba afanosamente y tenía un color lívido, no lloró como el
resto de los recién nacidos, apenas un gañido sin fuerza, pero sobrevivió y su
madre consiguió, no sin esfuerzo, que se pegara al pecho rebosante de leche.
El niño fue creciendo pero nunca
fue capaz de caminar. Respiraba con un ruido sordo y no era capaz de articular
sonidos, tampoco engordaba como los demás, pero ella lo cuidaba tiernamente,
era su niño, su primer hijo.
En el invierno siguiente cuando
supo que de nuevo estaba embarazada, sintió tanto miedo como alegría. No creía
tener fuerzas para soportar otro parto como el anterior pero, se dijo que no
tenía por qué ser así necesariamente, su cuerpo se había ensanchado y era más
fuerte que entonces. Esta vez todo saldría bien.
Efectivamente el parto fue mucho
más rápido pero cuando miraron a su hijo, vieron que tampoco este era un niño
como los demás. Sus muslos eran muy cortos y estaban anormalmente arqueados,
nunca podría caminar tan ligero y rápido como debía hacerse en los
desplazamientos periódicos del grupo.
Al destetar a su hijo mayor descubrió
que el niño no era capaz de masticar, no tenía fuerza en la mandíbula y a duras
penas podía tragar gachas. La chamana reunió a los miembros del grupo y les
confirmó lo que ya suponían, los niños que nacen con dificultades que les
convierten en tullidos y los que nacen ya tullidos, son hijos de la Diosa
Madre, sus hijos preferidos. Han sido elegidos por Ella y esa era su manera de
distinguirlos del resto. Todos se afanarían en ayudarles a salir adelante.
Cuando el niño mayor creció, le
construyeron unas parihuelas acolchadas con pieles de reno para llevarle en los
traslados de campamento y todos se turnaban para hacerlo. También ayudaban al
pequeño llevándolo a cuestas en los tramos más difíciles. Y así alcanzaron los
10 y 12 años respectivamente.
Y un día los pequeños amanecieron
con mucha fiebre y el problema que el mayor tenía para respirar, se agudizó de
tal manera que su madre temió por su vida. El padre fue a buscar a la chamana
que le entregó unas hierbas para que tomaran en infusión y otras para hacer
sahumerios. Pero no solo no mejoraron sino que el padre también enfermó de la
misma manera y al cabo de unos días los tres murieron.
Todo el grupo se preparó para el
entierro. Ella tuvo que confeccionar rápidamente las cuentas que le faltaban
para adornar el traje ceremonial con el que iban a enterrar a los tres, los
niños por ser hijos de la Diosa y él por ser el jefe del grupo. También recogió
un caballo que su hijo menor estaba tallando en marfil pero que, como no tenía
la destreza de su madre, no había alcanzado un buen resultado y lo mismo le
pasaba a un disco que había intentado tallar.
Necesitó más de 13.000 cuentas
que cosió a los trajes y muchos
colmillos de zorro que cosió a los gorros de ambos niños. Utilizó más de 250
dientes de zorro polar para adornar el cinturón de su hijo menor. Una vez
vestidos, les colocó varios collares de cuentas de marfil y engarzó sus capas
con placas, también de marfi,l con la forma del mamut al que pertenecieron, asimismo
les puso 20 brazaletes del mismo material.
Se cavó la tumba larga y estrecha
y se les colocó cabeza contra cabeza para que se protegieran en su viaje al
encuentro de la Diosa Madre y con las manos cruzadas a la altura de la cintura.
Sus cuerpos fueron cubiertos con ocre rojo y dispusieron una lanza para cada
uno y dos bastones de marfil para que se ayudaran en su caminar por esos
senderos desconocidos. Sobre el pecho de cada uno colocaron los huesos del
fémur de un hombre que había sido un buen corredor.
El padre fue enterrado en las
proximidades de la tumba de los niños, con un traje que llevaba 3.000 cuentas
de marfil, 12 colmillos de zorro perforados, 25 brazaletes también de marfil y
un colgante de piedra. Su cuerpo fue cubierto asimismo de ocre rojo y sus
brazos cruzados, al igual que los de sus hijos, a la altura de la cintura.
En total fueron utilizados 80.000
objetos diferentes y todo sucedió hace unos 29.000 años en Sungir, aproximadamente
a unos 200 km al este de Moscú, en las afueras de Vladimir, cerca del río
Klyazma.
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