Disco solar, broche de cinturón |
El recinto estaba hecho con
troncos de madera que formaban una empalizada circular con dos entradas, una al
este y otra al oeste que daban paso a un amplio espacio público. El segundo
círculo protegido por otra empalizada con entradas al NNE, SSO, NO y SE, estaba
destinado exclusivamente al sacerdocio donde se llevaban a cabo sacrificios y
se depositaban ofrendas rituales. El siguiente círculo estaba marcado por troncos que
formaban dinteles y el acceso estaba restringido a las personas que tomaban
parte en los rituales públicos. El espacio central estaba destinado exclusivamente
a los sacerdotes y sacerdotisas y en él se alternaban las estructuras
adinteladas.
Al principio la niña, junto con
otras, tenía que ocuparse de distribuir el agua entre los asistentes del primer
círculo y cuidar de que nadie traspasara el área. Con el tiempo su
responsabilidad fue aumentando hasta convertirse en sacerdotisa, momento en el
que recibió un disco solar de bronce, decorado con círculos concéntricos y
espirales entrelazadas que se utilizaba como hebilla de cinturón. Era el
emblema de su condición visible por todos.
A pesar de su condición de
sacerdotisa, la muchacha sabía que su futuro, como el de muchas de las mujeres
de su clase, estaba fuera de sus fronteras. Era costumbre muy extendida que los
hombres se unieran con mujeres procedentes de los pueblos con los que mantenían
relaciones comerciales y ellas, a su vez lo hacían con los hombres de aquellas
tierras. Pero ella se sentía profundamente identificada con los rituales de su
religión y no quería verse apartada de sus ceremonias.
Recreación de la vestimenta |
Tampoco quería alejarse de los
bosques que eran la seña de identidad de
su tierra, en ellos encontraba su razón de ser. Los árboles centenarios le
servían de inspiración y de consuelo cuando estaba triste, entendía muy bien
por qué en épocas pasadas las gentes basaron su religión en ellos, albergaban
espiritualidad y sabiduría, habían visto tantas cosas en su larga vida que era fácil
imaginar que tuvieran un poder superior.
Sin embargo el día llegó y le fue
anunciado que debería desposarse con un hombre de las lejanas y frías tierras
del norte que miraban al mar[1].
No había ninguna posibilidad de negarse por lo que aceptó y se dispuso a
partir.
En el viaje le acompañarían
varias personas que iban a hacer intercambios comerciales, de allí traerían el
apreciado ámbar y a cambio dejarían lingotes del metal que escaseaba en
aquellas latitudes. Una caravana de carros y caballos se puso en marcha al
amanecer.
Entre sus pertenencias la
muchacha lleva como su mayor tesoro el máximo emblema de su religión, una
representación del carro solar. Tirado por un caballo el carro porta un disco dorado
que representa al sol en su viaje diurno tras haber derrotado a la Oscuridad. Al
llegar la noche, el sol cambia de vehículo y es conducido en una barca que
navega a través de los mares del mundo inferior, desafiando a los seres
amenazantes que lo habitan, para aparecer de nuevo, triunfante, al rayar el
alba.
También llevaba consigo una
resolución, no abandonaría para siempre su tierra y sus deberes como
sacerdotisa, hablaría con su futuro marido y le haría ver lo ineludible de su
labor, quizás consiguiera que él aceptara a otra mujer, ella conocía a varias que estarían
encantadas de ocupar su lugar. Su padre ni siquiera había querido discutirlo
con ella, había dado su palabra y bajo ningún concepto se podía romper, su
honor estaba en juego.
Reproducción del féretro |
El largo viaje lo hizo en su
mayor parte a caballo, así podía adelantarse a los lentos y pesados carros y
estar sola, a pesar de las recomendaciones de sus compañeros de viaje, que le
intentaban advertir de los peligros que le podían acechar. Ella prefería el
riesgo a estar escuchando las monótonas conversaciones de aquellos hombres y
sus chistes y bromas de mal gusto. Lo cierto es que nunca le pasó nada que
tuviera que lamentar.
Y al fin llegaron a la que iba a
ser su nueva tierra, Los recibieron jubilosamente, no en vano estaban deseando
recibir el ansiado metal y enseguida le presentaron al que iba a ser su esposo.
No era malcarado, tenía buena presencia, era fuerte y de pelo rojo y, sobre
todo, tenía una hermosa sonrisa.
Comenzaron su vida en común,
aprendiendo el uno la lengua del otro, él quería de veras establecer un buen
vínculo con ella y esa era su manera de demostrárselo. Cuando al fin pudieron
mantener una conversación fluida, ella le habló de su tierra, de su labor y de
lo importancia que tenía para ella. Él no quiso ni siquiera considerar la idea
de cambiarla por otra, se había enamorado de verdad. Lo cierto es que a ella le
había pasado lo mismo pero no por eso quería renunciar a sus planes.
Después de mucho discutir,
llegaron a un punto intermedio, ella podía marchar a su tierra para participar
en las ceremonias importantes para luego regresar. Y así lo hicieron. Los dos
años siguientes viajó no solo a su tierra, también se desplazó por las tierras
del norte para fundar santuarios e instruir a las sacerdotisas del culto.
El enterramiento |
En el que sería su último viaje a
su tierra natal, se demoró más de lo previsto, descubrió que estaba embarazada
y al poco tiempo sufrió un aborto. Finalmente se recuperó pero su salud se
había resentido seriamente y al cabo de cuatro meses de su llegada murió.
La ropa |
Hicieron llegar la noticia a su
esposo que, en cuanto lo supo quiso que le enviaran su cuerpo, quería
enterrarla allí y darle todos los honores que su rango merecía en la que había
sido su tierra de acogida. Un grupo numeroso trabajó construyendo el túmulo donde
iba a reposar; veintidós metros de diámetro y cuatro de alto darían cuenta de
lo importante que había sido en vida. Ahuecaron un tronco de roble sobre el que
dispusieron una piel de buey que acogiera su cuerpo. Lo lavaron y vistieron
cuidadosamente con un blusón corto que dejaba su vientre al descubierto y una
falda de cuerdas de lana procedente de la gran isla del oeste[2].
Le colocaron el cinturón con el disco solar y sujeto a él un peine de cuerno,
no faltaron sus pulseras ni su pendiente de bronce. Añadieron sus agujas de
bronce, un punzón de costura y una red para el pelo. La taparon con una manta
de lana y dispusieron un vaso de madera que contenía cerveza de miel, trigo y
arándanos rojos, su preferida. Todo el conjunto fue cubierto con flores.
Era un hermoso día de verano. Ella,
que procedía de la Selva Negra en Alemania, tenía unos dieciocho años y todo
sucedió hace 3.400 años en Egtved, península de Jutlandia, Dinamarca.
Marián ¡Me encanta! Como en forma de niña haces un recorrido en este caso por la Edad de Bronce, como desde pequeñas saben cual va a ser su destino, cambia de tierra y se hace comprender. Como te he dicho en alguna ocasión escribes genial, la historia engancha. Besotesss.
ResponderEliminarMuchas gracias, encantada de estar aquí de nuevo y tenerte como lectora. Besos
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