lunes, 4 de febrero de 2013

TRES REPOSAN JUNTOS

Cuando nació todos pudieron ver que la niña no era como las demás. Su columna vertebral estaba claramente torcida y tenía el brazo izquierdo y la pierna derecha más cortos. Posiblemente tuviera manchas rojas en la cara y parte del cuerpo, porque van asociadas a la enfermedad genética que padecía, pero eso no lo podemos asegurar. La madre la recibió con una mezcla de miedo y de respeto, era un ser diferente, estaba marcado por el Ser Superior que todo lo puede. Tenía el deber de cuidarla y protegerla hasta que se decidiera qué iba a ser de ella.
Avisaron a la chamana de la tribu que la recibió en sus brazos, la miró y se la llevó a su cabaña. Era la única que tenía una individual y de forma diferente a las demás, donde modelaba imágenes en arcilla que luego cocía en un horno rudimentario que se alzaba en el centro de la vivienda. El horno no era más que un hoyo en la tierra y una cubierta abovedada de piedra, donde el fuego alcanzaba la temperatura suficiente para cocer sus obras. También tallaba figuras en marfil y pequeños útiles de sílex. El suelo estaba pavimentado con cantos rodados y una serie de postes sostenían el techo vegetal. La vivienda acogía a otros miembros del grupo, cuando ella lo consideraba necesario, y allí llevaban a cabo ritos acompañados por la música de las flautas. 
En esta ocasión entró sola para observar detenidamente a la criatura y determinar qué hacer con ella encomendándose a ese Ser superior que controlaba las fuerzas de la naturaleza y la vida de todo lo que les rodeaba, incluidos ellos mismos. Salió al cabo de un rato y se la devolvió a su madre, encargándole que la cuidara hasta que llegara el momento de destetarla, entonces debía entregársela a ella. Con el paso del tiempo, las manchas rojizas le fueron desapareciendo y aunque tardó en aprender a andar, finalmente lo hizo aunque con mucha dificultad. Los niños de su edad la ayudaban y la protegían constantemente, sabían que era una elegida. Al cumplir los 3 años, su madre la destetó totalmente y la llevó a la cabaña de la chamana, le dijo que se sentara en la puerta y esperara a que ella le permitiera pasar.
Desde donde estaba se veía todo el poblado, un grupo de cabañas con forma ovoidal y cubierta de pieles, en cuyo centro una abertura permitía salir el humo del hogar. Dentro vivían unas 25 personas, entre adultos y niños, agrupadas en torno a la mujer de mayor edad que era la que tomaba las decisiones familiares. Las cabañas se apiñaban para tratar de no perder el calor, la mayor parte del año hacía mucho frío y durante meses la nieve cubría todo lo que la vista alcazaba a ver. La niña lo miró todo con atención, nunca antes había tenido esa perspectiva. Estaba prohibido acercarse a aquella vivienda, a menos que su dueña lo permitiera expresamente y los niños nunca habían tenido ese permiso. Sentía miedo, no sabía qué le aguardaba.  
La chamana salió, la tomó de la mano y la acogió en su casa. Allí la encomendó a la Divinidad para que, desde ese momento, fuese su servidora. Su dedicación no la excluía de la vida en sociedad, muy al contrario. Todos los días, después de cumplir con los ritos que le enseñaba su maestra, salía a reunirse con el resto de los niños para desarrollar todas las actividades que la vida les imponía. Eran las personas mayores, sin problemas graves de movilidad, las encargadas de enseñarles. Unas veces iban a recoger plantas, así aprendían a distinguir las que eran comestibles o curativas y la manera de recolectarlas. Otras aprendían a tirar con honda, con arcos y lanzas de su tamaño, así como a fabricar trampas para cazar pequeños animales. A veces ayudaban a cocinar a las personas que ese día les tocaba hacerlo. También aprendían a confeccionar la ropa que llevaban, a curtir las pieles y a fabricar los útiles necesarios. 
A medida que iba creciendo, iba haciendo más intensa su relación con uno de los niños que, desde el primer momento, se erigió en su protector ayudándola cada vez que lo necesitaba. La chamana le advirtió sobre ello, recordándole que ella estaba dedicada a la Divinidad y como tal, tenía que unirse al joven que estaba preparando para ese fin, cuando se cumpliera el tiempo prescrito. Pero en aquel entonces, como ahora, rara vez los adolescentes escuchan a los adultos, aunque se trate de chamanes y algo invisible esté en la trama. Así que ella siguió adelante con su relación tratando de disimularla. 
Cuando tuvo su primera menstruación, la chamana la acompañó a la cueva donde se reunían las jóvenes durante ese período y allí la instruyó en lo que se debía hacer en esos días en los que la Divinidad se mostraba de manera más clara. Ya faltaba poco para que llega el día en el que se consumaría el plan que estaba trazado para las personas que, como ella, estaban marcadas por La que Todo lo Puede, desde el principio de su vida. Pero algo irremediable había sucedido. La joven estaba embarazada. 
La chamana se encerró en su cabaña, ayunó y cumplió escrupulosamente con todo lo establecido para alcanzar la iluminación y saber qué hacer. Al cabo de tres días, salió y anunció a todos que el plan seguiría adelante incluyendo al joven responsable del embarazo. La muchacha se uniría al joven que le estaba destinado y cumplirían con todo lo necesario. Así se hizo hasta el ritual final. Cuando llegó el día indicado, los tres vistieron la ropa que se había confeccionado para la ocasión y se encaminaron al lugar destinado a ese tipo de ceremonias.
Unos 26.000 años después volvieron a la luz. Los jóvenes, de entre 17 y 23 años, reposaban juntos. Las cabezas mirando hacia el sur, ella en el centro con el feto todavía en su interior. A su izquierda yacía uno de los hombres, boca abajo. A su derecha, reposaba el otro joven acostado boca arriba, con un brazo sobre el cuerpo de ella. A los tres se les había cubierto la cabeza con ocre rojo, que también cubría los genitales de la mujer, hacia los que apuntaba un cuchillo de sílex, que pudo ser el que les quitó la vida ya que los tres fueron sacrificados ritualmente. Alrededor de sus cabezas, se depositaron dientes de lobo. Sobre ellos se instaló una cubierta de madera y ramas a la que se prendió fuego.
Los sacrificios rituales de personas con malformaciones no eran un hecho aislado, hay muchos ejemplos, sobre todo en Europa central. Este que os he ofrecido se encuentra en Dolní-Vestonice, República Checa.

5 comentarios:

  1. Sobrecogedor, Marián. Ser diferente siempre se ha pagado caro.

    ResponderEliminar
  2. Hola Marián! "Esquinas de la historia" con este nombre y la peazo de autora vaticino un buen blog, la arqueología es tú tema, tú devoción. Como dice Iconos ser diferente se paga caro y en las antiguas culturas... Pues eso, no lo puedes definir mejor. Besotes.

    ResponderEliminar
  3. Gracias por vuestras palabras chicas, espero no decepcionaros. Besos

    ResponderEliminar
  4. Impresionante relato/descripción de aquellos tiempos que semejan la rabiosa actualidad. Al parecer, desde siempre, ser la oveja negra en cualquiera de los sentido es incompatible con la vida... felicidades a la autora

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Las formas cambian pero las mentalidades no, aunque pueda parecer increíble. Muchas gracias

      Eliminar