lunes, 11 de febrero de 2013

LOS GEMELOS

La mujer se retiró a su cabaña, sabía que estaría sola porque el resto de su familia estaba trabajando. Los hombres habían salido a cazar mamuts y tardarían varios días en regresar. Con ellos se había ido su prima, una mujer de gran envergadura y fuerza similar a la de cualquier varón quien desde pequeña se había entrenado en el lanzamiento de la jabalina y que, por su gran puntería, figuraba en todas las partidas. Las mujeres jóvenes habían salido a pescar al río y las mayores se habían reunido con los niños pequeños en la vivienda en la que confeccionaban la ropa del grupo. 

Se dirigió al lugar donde estaban su lecho y sus pertenencias. Sacó una bolsa de piel de mamut cerrada con los tendones del animal y de ella extrajo una pequeña figurilla de piedra caliza. Representaba a una mujer de grandes pechos y vientre abultado. Hacía tiempo que la tenía, la había recibido de manos de la chamana del santuario que había en la Gran Cueva, que estaba más hacia el sur siguiendo el curso del río. 

Nunca se la había mostrado a nadie, la sacaba para dirigirle sus plegarias cuando estaba segura de estar sola. Ahora solo tenía una petición pero era de tal importancia, que había relegado cualquier otra a un tiempo futuro para concentrarse solamente en ella. Una vez terminaba, se preparaba las hierbas que tenía que tomar para tratar de quedarse embarazada. El ritual que seguía, acababa cuando la volvía a tomar en sus manos y, después de dedicarle un último pensamiento, la envolvía en un trozo de gamuza suave, teñido de ocre devolviéndola al fondo de la bolsa. 

Tenía ya 18 años y todavía no había parido ningún hijo, si en la siguiente luna todo seguía igual, tendría que ir al santuario. El viaje duraría varios días, pero su esfuerzo siempre se había visto recompensado y no tenía por qué dudar que esta vez fuera a ser de otra manera. Sin embargo, prefería no hacerlo, la primavera se acercaba y eso significaba que habría que cambiar de asentamiento, para seguir a los mamuts en su viaje hacia el norte, donde estaban los pastos de verano. Demasiados viajes en tan poco tiempo. 

Se concentró aferrando con fuerza la imagen entre sus manos, cerró los ojos y se imaginó con el vientre tan abultado como el de ella y los pechos rebosantes para llenarse de leche en cuanto naciera su bebé. Recordó el momento en el que recibió la figurilla de manos de la mujer que dirigía sus plegarias, que les ayudaba a conectar con ese otro lugar, tan real como el cotidiano, donde las posibilidades se cruzaban y se hacían realidad. Lo revivió para tratar de llegar ella sola hasta allí a solicitar eso que tanto deseaba. Volvió a la realidad de todos los días, guardó de nuevo la pequeña escultura y salió de la cabaña. 

Se reunió con las mujeres que volvían del río y colaboró en la limpieza del pescado. Separaron una parte para comerla en el día y prepararon el fuego para ahumar lo demás. De esta manera iban preparando los alimentos que necesitarían en su desplazamiento. Harían lo mismo con la carne de los animales que trajera el grupo de caza. Una vez terminada la preparación se guardaba en bolsas de red muy poco tupidas, que se suspendían de las vigas de hueso de mamut de las cabañas, para que el aire penetrara y ayudara a la conservación. 

Mientras ellas se afanaban, los mayores se encaminaban a las viviendas para encender el fuego que les calentaría hasta el amanecer. Para luchar contra el frío exterior, el suelo estaba rehundido, las paredes tenían una altura de un metro de piedra y el resto era de madera. Las vigas que sostenían el tejado vegetal, eran de hueso de mamut. Sólidas estructuras que podían aguantar el peso de la nieve que se acumulaba en el larguísimo invierno. 

Los días pasaban y los preparativos para el traslado de primavera seguían su marcha mientras ella planificaba el viaje al santuario, por si fuera necesario. Pero no lo fue. A la llegada de la siguiente luna, no sangró, ni tampoco a la otra, cuando ya se encontraban en camino. Al llegar al campamento de primavera estaba completamente segura de que, por fin, iba a ser madre. Ahora, cuando sacaba a la figurilla, era para darle las gracias y pedirle fuerza y salud para que todo fuera bien. 

La reunión con las tribus que ocupaban todo el extenso territorio en el que se movían, se producía a principios del verano. En ella se hacían todo tipo de intercambios, desde los diferentes productos que elaboraban hasta los descubrimientos y las ideas que se les habían ocurrido en el transcurso del año. Se hablaba de todo lo que podía ser de interés para ellos. Los que vivían cerca del río, hablaban de las gentes que lo surcaban, a veces completamente desconocidas, de lenguas extrañas y exóticos objetos. Los que provenían de las regiones más septentrionales hacían lo propio. Los jóvenes aprovechaban para conocerse y, si era posible, emparejarse.
 
En el tiempo transcurrido ella había engordado mucho, tanto que las mujeres-medicina pidieron permiso para examinarla, podía ser que fuera a tener más de una criatura y eso siempre planteaba dificultades, muchas veces los partos acababan con la vida de la madre o de los bebés. Ella les dejó que le palparan el vientre y pusieran sus oídos sobre él para tratar de escuchar lo que sucedía en el interior. La mayoría estaba segura de que eran dos los que vendrían al mundo cuando el invierno empezara a desplegarse. Le dieron consejos y preparados para ayudarla en la ardua tarea que le aguardaba. 

Todavía le quedaba una luna para el final del embarazo, cuando notó las primeras contracciones, esperó hasta estar segura de que era el parto lo que se avecinaba y no cualquier otra cosa y, junto con su madre y sus dos tías, se encaminó a la cabaña de la mujer-medicina. Ésta la examinó y confirmó que todo estaba en marcha. 
El parto duró casi todo el día, ella terminó exhausta y apenas con conciencia. Los bebés, dos niños, eran pequeñitos y pesaban muy poco, pero respiraron con fuerza y la abuela y sus hermanas los acicalaron y cubrieron con las suaves pieles que tenían preparadas. Los días transcurrieron y la madre se recuperó, tenía leche abundante pero no suficiente para que aquellos dos pequeños ganaran todo el peso que necesitaban para sobrevivir. Las mujeres que estaban amamantando a sus hijos, acudían a su cabaña ofreciéndose para hacerlo con ellos, pero los bebés solo querían el pecho de su madre y lloraban inconsolables cuando era el de otra. 

Al cabo de un mes, los bebés empezaron a languidecer y terminaron muriendo. La madre, la abuela y todas las mujeres de la familia, se encaminaron hasta una colina cercana al río, un lugar desde donde se podía contemplar todo lo circundante. Cavaron profundamente. Depositaron los cuerpecitos mirándose, para que no se sintieran solos. Encima colocaron un collar con 31 cuentas de marfil de mamut. Espolvorearon todo con abundante ocre rojo y el conjunto lo cubrieron con un omóplato de mamut. Rellenaron la tumba con la tierra y lanzaron una plegaria para asegurar su conservación. Lo último que querían era que terminaran sirviendo de alimento a cualquier animal. 
Su plegaria surtió efecto porque 27.000 años después, los encontró un equipo de arqueólogos a orillas del Danubio en Krems-Wachtberg, Austria. Era el primer enterramiento de bebés que se había encontrado en el mundo entero.

10 comentarios:

  1. Ummmmm,hermosamente sabroso el relato.No me cabe duda de que tu luna iluminó el momenmto.Besiños!

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  2. Gracias Miguel, me alegra que te complazca mi relato. Nos vemos en el próximo, con o sin lunas

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  3. Gracias Laura. Bienvenida y espero verte de nuevo por aquí

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  4. Panzada de llorar.

    Fotografías historias con palabras, Marián, y nos permites ver lo que sucedió hace 27.000 años como si hubiera sucedido hoy.
    Qué bien que has regresado!

    Un abrazo fuerte.

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  5. Es que en realidad, seguimos siendo iguales que hace 27.000 años. Es diferente la tecnología y los aspectos externos pero, por dentro, igualitos, igualitos. Gracias por tu visita. Te espero la próxima. Besos

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  6. Qué historia!, parece todo tan cotidiano.

    "...del santuario que había en la Gran Cueva,...", jeje! veo que lo de las catedrales, con esos techos tan altos, nos viene ya desde muy lejos.

    Un saludo.

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  7. Solo cambian las formas José Manuel, las ideas son siempre las mismas. Gracias por venir

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  8. Un amigo me envió el otro día un enlace a tu blog, y me he permitido incluir uno de tus relatos en mi Audio Blog. Un placer leerte Marián, y espero te guste el audio...
    http://audioblogcuentame.blogspot.com.es/2013/02/micro-relato-los-gemelos.html

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  9. Gracias Concha, me ha encantado escuchar mi relato con tu hermosa voz. Espero que sigas pasando por aquí y que siga siendo un placer leer estos pequeños retazos de nuestro pasado. Un saludo

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