jueves, 13 de agosto de 2020

LA HIJA DEL COMERCIANTE CELTA

Cuando era pequeña en las largas noches de invierno reunidos todos alrededor del generoso  fuego de  la  casa, su padre les  contaba cómo el  abuelo  de  su abuelo había  abierto  una  ruta comercial. Su  antepasado había observado  que  cuando algún  viajero  llevaba  hermosos  objetos  de  oro,  bronce   o  ámbar  o   vajillas bellamente  decoradas, la  familia  del  jefe y  las  mujeres  de  los  altos mandos militares se los disputaban.

Joyas de oro

Así que trazó un plan en riguroso secreto. Empezó entablando conversaciones con ellos, invitándolos a un trago o a un plato de comida para conocer la procedencia de aquellos objetos y las necesidades que allí tenían. Supo que la sal era un bien muy preciado en buena parte del camino y empezó a planear la ruta que iba a hacer. Montaría un carro con sus bueyes en la almadía que remontaba el río[1] y lo cargaría de sal y de lo que consideró podría venderse o intercambiarse por el camino. Cuando el río dejara de ser navegable, seguiría con su carro hasta llegar a la costa[2].

Cuando estuvo dispuesto para partir lo comunicó a su familia que lo tachó de loco, un viaje tan largo y lleno de peligros, ¿cómo se iba a hacer entender con aquellos pueblos que seguramente hablarían otra lengua?. Pero él no se arredró, sabía que aunque las lenguas de los pueblos celtas variaban unas de otras, no eran tan diferentes como para no comprenderse. Partió feliz y esperanzado. Aunque tardó en volver mucho tiempo, lo hizo cargado de hermosos objetos que vendió tan rápidamente que apenas pudo creerlo. A partir de ahí todo fue ampliar el negocio, establecer contactos sólidos y conocer bien las mejores rutas. La familia había continuado y había abierto relaciones comerciales con las poderosas castas de otras ciudades, incluso con algunas muy lejanas.

Viviendas de Heuneburg, reconstrucción

El tío abuelo de la niña, que escuchaba emocionada la historia aunque la conocía perfectamente, viendo el éxito que tenían las joyas que importaban de las colonias griegas en el Mediterráneo pensó que las debían producir ellos mismos. Él desde que era muy joven se había dedicado en su tiempo libre a fabricar joyas en bronce, era muy habilidoso y las usaba para regalar a alguna joven que le gustaba o para sacar algún beneficio que le permitiera tomar un trago. Pensó que aunque el oro era muy diferente, sabría sacarle partido. Lo planteó como una actividad más de la familia, al igual que el antepasado se había atrevido a hacer algo nuevo, ellos también podrían hacer lo mismo. Y así nació el taller de joyería.

Cuando la niña vino al mundo su familia ya era una de las más importantes de la ciudad. No tenía que levantarse al amanecer para ir a trabajar, ni tenía que coser sus propios vestidos. Cada mañana, se encaminaba junto con los otros hijos de las familias principales hasta la casa del druida donde eran instruidos en todo lo que iban a necesitar en su vida futura, lo que incluía un buen conocimiento de las plantas y árboles de su alrededor, de las fuentes de agua, de las estrellas de cielo y, sobre todo, de cómo comportarse con todos los seres vivos y con aquellos seres que, aunque solo se pudieran ver en circunstancias especiales, vivían en la naturaleza protegiéndola.

El druida los llevaba a los frondosos bosques, atravesando la ciudad hasta llegar a la muralla de 4 metros de altura, construida en adobe con una base de sillares y encalada para que relumbrara cuando le diera el sol y se pudiera ver desde lejos tratando de disuadir a los potenciales invasores. Tenía varias torres de vigilancia y una pasarela cubierta para que en los días de lluvia y nieve los centinelas estuvieran protegidos. Una vez atravesada la puerta pasaban entre las casas que se habían ido construyendo a medida que crecía la población para llegar, ya en terreno llano, hasta la segunda muralla de adobe y cruzar por la puerta monumental levantada sobre un zócalo de sillares.

Heuneburg

 Una vez que atravesaban la última muralla tenían ante su vista pequeños castros de montaña y un camino a recorrer flanqueado por los talleres de ceramistas, hiladoras o tintoreros, huertas, numerosas granjas y campos de pasto para las cabras y las ovejas, hasta llegar al bosque junto al río. Allí practicaban lo que habían aprendido en el aula.

En algunas ocasiones el druida los llevaba a visitar los túmulos donde estaban enterrados los personajes principales de la historia de la ciudad. Siempre les llevaban alguna ofrenda y les dedicaban una oración. La niña entonces soñaba que la enterraban en su propio túmulo, con sus mejores vestidos y sus joyas más hermosas y que cada año iban sus familiares a recordarla.

Cuando la niña creció su familia empezó a plantearse con quién la deberían unir, no podía ser cualquiera, ella pertenecía a la sociedad privilegiada dueña de bienes y de un negocio siempre en expansión. Pero fue el druida el que lo terminó decidiendo, se reunió con la familia y les habló de la familia que estaba interesada en unirse a ellos. Pertenecían a la élite militar y el joven ya había destacado en la lucha. La alianza podría llegar más allá de la mera unión de los jóvenes, propusieron formar un cuerpo de guerreros de élite que acompañaría a las expediciones para proteger las mercancías de los frecuentes asaltos que sufrían en ciertas etapas del viaje. Les pareció una propuesta interesante y la aceptaron.


No hubo novia mejor aderezada en toda la historia de la ciudad. El taller de joyería estuvo trabajando días para crear las mejores joyas que nunca habían hecho y el resultado fue espléndido, podían rivalizar con las procedentes de los talleres de Massilia. La túnica que la cubría era de lino muy fino y teñido de rojo. El mantón era de un tejido que procedía de un lejanísimo lugar, fino, suave y sutil, lo llamaban seda y solo los muy poderosos tenían acceso a él. Los arreos del caballo en el que llegó montada, eran otro trabajo delicado, así como la silla de montar. Ella estaba resplandeciente.

Desde el primer momento ella dejó bien claro que quería tener su propia vivienda, no quería compartir su vida ni con sus parientes ni con los de su esposo y como siempre se había salido con la suya, no dudó que esta vez también sería así. Se instalaron pues en la que los familiares de ambos habían mandado construir y la llenaron con muebles de madera  ricamente trabajados y con alacenas donde se exponía la hermosa vajilla griega que utilizaban en las grandes ocasiones. Entre sus objetos preferidos estaba un erizo de mar petrificado y un ammonites a los que tenía reservado un sitio preferente, se los habían traído de una zona muy alejada del mar y eso era lo que les hacía especialmente atractivos, porque ¿qué hacían animales marinos enterrados en montañas?

Adorno del pectoral del caballo

En los años siguientes tuvo tres hijos varones y una niña que murió al cumplir los cuatro años. La enterraron con una túnica azul, un manto de lana y sus adornos favoritos, entre los que destacaba un broche de oro salido del taller familiar y lo hicieron en una tumba sencilla junto al túmulo que ya estaban construyendo para ella que, no solo quería ver cumplido su deseo infantil sino que quería contemplarlo con sus propios ojos y dejarlo tal y como a ella le gustaba, aunque cierto es que también le hubiera gustado tardar un poco más en utilizarlo.

A la edad de 35 años murió y tal y como había dispuesto fue enterrada en el magnífico túmulo revestido de planchas de roble y abeto blanco que fueron cubiertas con telas. En él depositaron un riquísimo ajuar,  piezas de tela, pilas de pieles, un adorno hecho de colmillos de jabalí y campanillas de bronce para el pectoral de su caballo, hermosos objetos tallados en madera de boj y su cuerpo adornado con sus mejores joyas de ámbar, oro y bronce, brazaletes tallados en piedra negra y un cinturón de bronce y cuero. También depositaron el ammonites y el erizo de mar petrificado, tal y como ella había querido.

En el lado opuesto de la cámara enterraron a su sirvienta personal para que pudiera seguir atendiéndola, con sus modestos adornos de bronce y con los arreos del caballo, ricamente decorados, entre sus manos.

La madera que revestía la cámara fue cortada en el otoño del año 583 ac y aunque la tumba de la niña fue saqueada, la suya permaneció intacta. Se encontró en Heuneburg (Alemania)

 



[1] Danubio

[2] Massilia

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