Cuando su hija le anunció que iba
a ser abuela, un único pensamiento cruzó su mente “que sea una niña”. Durante
muchas generaciones sus antepasadas habían ido aportando a la familia mujeres
continuadoras de la estirpe, su hija
parecía haberse negado a seguir esa línea tras parir dos varones seguidos y por
eso ella se encaminó hasta la residencia de los Enarei[1]
para encargar un sacrificio a la diosa Argimpasa. Las sacerdotisas que en tiempos anteriores habían servido a la diosa fueron reemplazadas por hombres, pero para no ofenderla en exceso vestían y trataban de comportarse como mujeres y aunque a ella nunca le había agradado esa sustitución se decidió por ella porque necesitaba toda la energía femenina que se pudiera recabar para que su deseo se cumpliera.
Diosa Argimpasa |
Su elevada posición social le
permitía elegir qué tipo de sacrificio quería realizar, en este caso además del
caballo de las veces anteriores que no había dado el resultado apetecido,
solicitó sacrificar a uno de los esclavos que estaban esperando ser vendidos a
los griegos, un guerrero fuerte y joven. También eligió el caballo más hermoso
que pudo encontrar y finalmente se acordó el día que se llevaría a cabo.
Ese día ella y su hija se
vistieron con las mejores prendas, un pantalón ancho con apliques de fieltro, una
blusa de cáñamo finamente tejido y
bordado y un abrigo con placas de metal dorado que brillaban al sol e
impedían fijar la vista en ellas durante mucho tiempo. En la cabeza ella
llevaba el cálato ceremonial propio de su rango.
Así vestidas se encaminaron al
lugar del sacrificio. Los sacerdotes ataron las patas del caballo y uno de
ellos se situó detrás, tiró de la cuerda y lo derribó invocando el nombre de
Argimpasa, seguidamente procedió a estrangularlo con una cuerda. Una vez muerto
se troceó y se puso a hervir. Mientras la carne se cocía, el esclavo fue degollado
limpiamente. Con sumo cuidado y con la pericia que le proporcionaba la
experiencia despellejó su rostro haciéndole un corte detrás de las orejas, y fue
ofrecido a la diosa junto con la carne del animal y sus órganos vitales,
arrojándolos delante de él.
Arco escita |
El sometimiento del esclavo que
no profirió ni una sola exclamación y afrontó el sacrificio sin cerrar los
ojos, les pareció un buen augurio, había sido valiente hasta el final y eso
seguro que había sido del agrado de la diosa. Madre e hija se retiraron llenas
de esperanza.
Al día siguiente la mujer acudió
a hablar con una de sus parientes que poseía el don de la profecía heredado de
sus antepasadas chamanas. Aunque los hombres se habían adueñado de los rituales
el don, como había venido sucediendo desde miles de años antes, se seguía
transmitiendo por vía materna. Juntas acordaron reunirse con las mujeres más
allegadas para darse un baño de vapor.
Recogieron las gordas cabezuelas
de las amapolas blancas que crecían en los prados y las cocieron en un gran
caldero que trasladaron a la yurta donde se tomaban los baños de vapor. Una vez
dentro se sentaron desnudas formando un círculo, arrojaron a las piedras
ardientes un puñado de semillas, ramas y hojas de cannabis y bebieron del
caldero. Al cabo de un tiempo la descendiente de chamanas entró en trance y
profetizó una serie de sucesos que acaecerían en un futuro no muy lejano. La
mujer le preguntó el sexo de la criatura que esperaba su hija y cuando ella le
dijo que iba a ser una hembra, respiró aliviada, sus predicciones nunca
fallaban. Y así fue, la hija no defraudó a nadie y parió una niña hermosa y
sana.
Cerámica del túmulo |
En cuanto fue capaz de sentarse
por sí misma, su madre y su abuela se turnaron para llevarla a caballo,
aprendió a montar antes que a caminar y cuando cumplió los tres años la abuela
le confeccionó un pequeño arco compuesto como el que usaban los adultos y
empezó su entrenamiento. Al cumplir los diez años era capaz de controlar al
caballo solo con las piernas mientras cargaba el arco, apuntaba y disparaba
haciendo blanco. Su abuela estaba muy orgullosa de ella, prometía convertirse
en una de las mejores amazonas que jamás se habían visto.
Cuando finalizaba su
entrenamiento, lo primero que tenía que hacer era cuidar de su montura, una
yegua pequeña y nerviosa a la que estaba íntimamente unida. La cepillaba con
energía, como sabía que a ella le gustaba y luego peinaba su cola y le hacía
varias trenzas que al galopar parecían serpientes en movimiento. Después le
daba de comer y de beber y entonces ya llegaba el tiempo de hacerlo ella misma,
un buen trozo de queso de leche de yegua y una jarra de kumis[2]
era todo lo que necesitaba para sentirse bien. Después tenía que ocuparse de
sus botas de montar, sin las cuales no sería posible hacer equilibrios sobre el
caballo; para nutrirlas utilizaba la nata que se formaba en las jarras de leche
de yegua y con ella y un trozo de fieltro las frotaba hasta hacerlas relucir.
Después llegaba la hora de descansar.
Espejo y puntas de lanza |
La habilidad de la niña fue
creciendo exponencialmente, estaba realmente dotada para la monta y las
acrobacias y ya había ganado varios premios en las competiciones locales. Su fama
se fue extendiendo por todas las tribus y fue invitada a participar en competiciones
cada vez más alejadas de su tierra. Su abuela y su madre la acompañaban y
cuidaban de que estuviera bien preparada, se había convertido en su máximo orgullo.
Cuando cumplió 13 años recibió varios
regalos, un espejo de bronce, un brazalete de cuentas de vidrio y un caballo de
bella estampa, joven y brioso. Inmediatamente lo montó y salió al galope
emitiendo gritos de victoria como los que se lanzaban cuando se ganaba una
batalla, tal era su felicidad, porque eso significaba el regalo, a partir de
ese momento se la consideraba capaz de ir a luchar. Volvió grupas para coger su
arco, carcaj y flechas y salió de nuevo disparada a practicar su puntería
mientras se ponía de pie sobre el lomo del caballo al galope o se descolgaba
quedando a ras de tierra sin bajar la velocidad, agarrándose únicamente de las
crines. Todos los presentes la miraron evolucionar embelesados, era única en su
género.
Izda. reconstrucción del cálato. Dcha. los restos |
A la mañana siguiente se encaminó
hasta el barco en el que llegaban los esclavos que en unos días trasladarían a
Grecia, quería ver si alguno le gustaba lo bastante como para pedir a su abuela
que se lo regalara, lo quería como asistente, si iba a ir a la batalla
necesitaba uno bien fuerte. Anduvo entre todos, palpando sus músculos y
mirándoles a los ojos, ella se preciaba de saber escoger a las personas por su
forma de mirar, pero no encontró ninguno que la satisficiera.
Al día siguiente uno de los
esclavos cayó gravemente enfermo y murió sin que nadie pudiera hacer nada por
él. A los pocos días la que enfermó fue ella. Con la cara roja por la fiebre
elevadísima y una singular falta de fuerza cayó al suelo. Rápidamente la
llevaron junto a su madre y su abuela que se turnaron para atenderla día y
noche, mojando sus labios en agua fresca y cambiando las compresas empapadas en
agua que le ponían para tratar de bajar la fiebre. Pero no mejoró y pronto
cayeron enfermas las otras dos mujeres y la criada que les atendía. Ante el
estupor de toda la tribu no tardaron en morir.
Cálato, detalle |
El túmulo que estaba ya preparado
para la abuela las acogió a las tres. La abuela fue enterrada con su cálato de
oro, hecho con un 70% de ese metal, cobre, plata y una mínima porción de hierro
y decorado con motivos florales y ánforas colgando del borde inferior. La madre
recibió su cuchillo, puntas de flecha, arco y carcaj. A la muchacha le pusieron
en la mano la copa griega de laca negra en la que bebió sus últimos sorbos de
agua y los regalos que había recibido en su cumpleaños, el espejo de bronce y
el brazalete junto con un par de lanzas. Para las tres depositaron un garfio en
forma de pájaro, aperos para las caballerías, ganchos de hierro para colgar las
riendas, cuchillos de hierro y puntas de flecha. Como era preceptivo, llevaron
varios recipientes llenos de comida y bebida.
Antes de llevar a cabo los sacrificios
animales, colocaron las piernas de la muchacha en posición de montar para lo
cual le cortaron los tendones de las piernas, así podría seguir cabalgando en
su viaje al más allá y por toda la eternidad.
Este ritual se llevó a cabo en el
distrito Ostrogozhski de la región de Voronezh, junto al curso medio del río
Don (Rusia) hace unos 2.500 años.
El enterramiento |
[1]
Casta de sacerdotes que se suponía habían recibido el don de la profecía de la
diosa Argimpasa. Vestían de mujer y su nombre quería decir hombre-mujer.
[2]
Bebida ligeramente alcohólica a base de yogur. Actualmente se elabora sin alcohol.